Costa Rica, la nación de los árboles

01/01/2006


Este país del verdor y de los bosques bañados por la lluvia tenue se ha convertido en uno de los mayores destinos ecológicos de Centroamérica gracias a sus parques y reservas naturales
PATRICIA OSUNA

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La naturaleza de este país centroamericano atrapa sin pretensiones. Sus bosques milenarios son su mayor orgullo y mejor patrimonio. / GEOFOTOS

Nunca imaginé que el cielo pudiese ser de color verde. El de Costa Rica lo es. Verde ácido y brillante en las mañanas soleadas. Cálido y opaco cuando barrunta tormenta. A la sombra de inmensos árboles que parecen patas de dinosaurio o alrededor de un coyol recién cortado para beber el jugo que sale de su tronco, la vida en Costa Rica sería impensable sin la existencia de sus bosques. Los ‘ticos’ —sobrenombre con el que se conoce a los costarricenses—, han aprendido a venerar...

...estos monumentos de la naturaleza. Ceibas y malinches, mangles y copales, toda la vida comienza aquí, en los árboles. Así que todo viaje a Costa Rica pasa inevitablemente por alguna de sus reservas naturales. En la costa del Pacífico Central, el Parque Nacional Manuel Antonio protege no sólo áreas de bosque primario y secundario, tres playas y el tómbolo —istmo formado por la acumulación de sedimentos de arena— de punta Catedral, sino también manglares, pluviselva y 55.000 hectáreas marinas. Manuel Antonio rivaliza con el Parque del Volcán Poás (en el Valle Central) por el título de parque más popular del país, a pesar de ser uno de los más pequeños (6,8 kilómetros cuadrados de superficie).

En este bosque tropical costero sólo es posible acceder a la sección que da al mar, pues la montaña oriental está vedada al público. Quizá por este motivo algunos visitantes de Manuel Antonio acuden con una toalla y el bronceador a disfrutar de sus playas y dejan los binoculares para los zoólogos de manual. El parque es uno de los pocos hábitats de la región donde aún se encuentran monos ardilla y guacamayos escarlata, ambos en vías de extinción, junto a inmensos ficus, capoteros y almácigos; manglares pantanosos; calas y abundante vida marina —formaciones coralinas, peces vela, doradas, wahoos, atunes, tiburones blancos y pargos del Pacífico—.

Resulta relativamente fácil toparse con pequeños mamíferos como coatíes —expertos en meter el hocico entre las pertenencias de los bañistas al menor descuido—; mapaches; perezosos de dos y tres dedos encaramados a los eucaliptos; agutíes —grandes roedores de la selva— y monos capuchinos de cara blanca.

También la avifauna es abundante (cerca de 200 especies), destacando el martín pescador, el pelícano pardo (que a menudo pesca en las rocas más próximas a la playa) y el halcón guaco. Y nadie se marcha de Manuel Antonio sin capturar con su cámara a las iguanas que toman el sol en cualquiera de sus tres playas, las mismas en las que la tortuga verde pone sus huevos desde hace miles de años.

De sus siete senderos, el más popular es el que da la vuelta a punta Catedral (1,4 kilómetros), aunque el terreno se antoja a veces algo escarpado. Finaliza en un mirador con vistas al Pacífico y a varios islotes diseminados junto a la costa. Otro itinerario, el de Puerto Escondido (1,6 kilómetros) atraviesa una zona de selva tropical relativamente tupida. Pese a su declaración de zona protegida, el parque ha sido víctima de su propio éxito y la masiva afluencia de turistas en los últimos años (principalmente a partir de la década de los 90) ha obligado a las autoridades a restringir el número diario de visitantes, así como a cerrar el recinto los lunes para que los animales puedan descansar


Nota: elmundo.es



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